miércoles

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La oigo, su respiración. Suave, honda, rítmica. Al otro lado de la casa.
Es como, aunque lejos, esté aquí.
Nos unen los pulmones, tan disfuncionales. Sus labios entrecerrados. Sus mejillas coloradas por algún sueño demasiado intenso.
Nos unen los sueños, diría. Esos en los que nos encontramos hace décadas, cuando éramos más pequeños (aunque él no lo sabe).
Supongo que sigue sin creer en la realidad de los sueños. Es demasiado realista. Demasiado matemático. Mío.
Suena bien, ¿eh? "Mío." ¿Cuántas mujeres habrán pensado eso? ¿Cuántas habrán tenido coraje para decirlo en voz alta, mirándose al espejo? ¿Cuántas mirándolo a él? Pero dudo que alguna de ellas lo haya dicho con mi convicción: porque él ha estado en todos mis aciertos, pero también en mis faltas de ortografía. En mis lágrimas por otros hombres y también en las canciones que escuchaba pensando "me casaré con ésta". Hasta que llegó. En una mezcla de intriga y miedo. Como llega el amor. Impávido y libre. Como el miedo.

Ajeno a todos estos pequeños ruidos nocturnos, él duerme al otro lado de la casa, sabiendo que, inevitablemente, es mío.

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