jueves

Cuando llegamos a su apartamento, las cosas se descontrolaron, los problemas se rasgaron las vestiduras y danzaron a nuestro alrededor como confetis de un carnaval enloquecido. Me había mirado con sus ojos de ciervo o de cuervo y mientras reía tapándose la boca sus pestañas me invitaron a entrar en su piso. Entre sus noes a ciegas me dijo «Perdona el desorden; siempre me digo que tengo que poner las cosas en escafales, por orden alfabético, pero llego a la C y me canso» y una sonrisa de perlas le adornaba la cara y yo pensando en encontrarme en una pequeña leonera con rayos de Luna escapándose por las paredes como furiosas arañas de luz pero, cuando llegamos, me deslumbró la oscuridad de las paredes blancas y los cuadros con reminiscencias de Matisse (que eran resultado de sus noches de insomnio), una alfombra persa con demasiadas hojas sueltas, algo de Onetti o Cortázar y ceniceros con colillas muertas, pese que ella decía no fumar. Abrió levemente el armario, y los esqueletos de sus trajes vacíos se columpiaron entre la brisa que soplaba su vestido mientras caía al suelo. Tenía esa clase de espalda que es una carretera directa al infierno de sus cabellos descolorados. [...] Y es que siempre dudé si las suyas eran reales invitaciones a beber de su cuerpo, o simplemente azares de la vanidad que desprendía en cada gesto que daba.

2 comentarios:

  1. Qué bonito escribes, y qué buen ritmo tiene esto. Felicidades.

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  2. ¿El texto es tuyo? Me ha parecido maravilloso, no puedo decir más...

    Saludos, nos leemos ♥

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