viernes

Shecat

visualmente siempre fue distinta a las demás, con esa manía suya de destacar, aunque solo fuese por ser la que llevaba la falda más corta. claro, yo no sé de ella tanto como él, pero lo que me ha contado, ha hecho que yo también cayese rendida a sus encantos de mujer pequeña. su manera de entregarse, de entender el amor, de despertarle bostezando y decirle 'vago, levanta' cuando ella era la primera que quería retozar en las sábanas y echar el primero del día, la manera en la que frunce el ceño y sus ojitos verdes se entrecierran, pero parecen resplandecer aún más. visualmente, digo, siempre destacaba. pero él me contó el secreto más ahuecado en su corazón: era una niña de hielo. puede que tuviese una revestidura del acero, pero os aseguro que por dentro se derretía minuto a minuto. eso es algo que él jamás percibió, entonces la cubría de besos y hacía que sus caricias fuesen todos sus vestidos largos de cóctel, la mimaba como a la gata más caprichosa, ella, con el mentón alto y la cabellera larga larga, y esas pestañas que le volvían loco y creaban pequeños huracanes que devastaban la tranquilidad cotidiana de él. la amaba, claro, y le hacía el amor, claro, con ese ímpetu que muchas de vosotras puede que hayáis sentido, ese que te hace subir la temperatura a 451 fahrenheit, un volcán vivo, capaz de quemar miles de libros y derretir hasta el hielo más puro. él nunca lo percibió, ya os lo dije, hasta que una mañana, a su lado, solo había un charco de agua y una pregunta sin respuesta rondaba su rubia cabeza ("¿era ella de verdad?")

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